Influencias literarias en 1984


[Extracto de un artículo de Juan Manuel Santiago]

1984 es la más famosa de las distopías. Pero, como hemos visto, no es la primera de ellas. Tal vez no sea la mejor desde el punto de vista literario. Ni siquiera es la más terrible. Todos los aspectos analizados por Orwell están presentes en obras anteriores. Lo cual, evidentemente, no es un demérito para 1984. podemos afirmar que 1984 es el ejemplo más depurado de distopía, la continuación de una tradición narrativa que no hace sino advertirnos de los riesgos que entraña la concentración de poder en unas pocas manos y trata de adoptar una postura ética para evitar tales situaciones.

El antecedente más claro de 1984 es la novela Nosotros, de Yevgueni Zamiatin. Su autor era un ingeniero ruso (1884-1937) que hizo la Revolución con los bolcheviques y cayó en desgracia, hasta el extremo de padecer el exilio gracias a la intercesión directa de Stalin. Fruto de su experiencia es la novela Nosotros (1921). En ella se nos presenta un futuro remoto en el que en apariencia sólo existe el Estado Único dominado por el Bienhechor. La intimidad es imposible: las paredes son transparentes y las prácticas sexuales están reglamentadas muy estrictamente. El pronombre "yo" está proscrito. Los habitantes del Estado Único ni siquiera tienen derecho a emplear un nombre propio. D-503 anota sus experiencias en un diario. D-503 es el ingeniero encargado de construir la primera nave espacial del Estado Único. Una mujer, I-330, irrumpe en la vida de D-503 y lo pervierte. D-503 empieza a soñar y desarrolla un alma. El Estado Único tiene que intervenir para extirparle la fantasía y las ansias individualistas.


La novela de Zamiatin no llegó a ser publicada en Rusia hasta fechas recientes. Sin embargo, circuló por Europa Occidental durante la década de los 20 y los 30, y sin duda Orwell la leyó para perfilar algunos de los aspectos argumentales de 1984. La dictadura que nos presenta Nosotros es más terrible aún que la de 1984, puesto que se nos presenta como un Estado Único y los ciudadanos carecen de derecho a la intimidad (con las paredes de cristal de Nosotros, ¿qué necesidad hay de utilizar las telepantallas de 1984?). Podemos considerar a I-330 como el antecedente de Julia, aunque con una salvedad: Julia permanece inmune a las enseñanzas de Winston, no lo pervierte ni se deja influir por él, tan sólo vive una historia de amor con él y expresa una rebelión a su manera (mediante la liberación sexual), pero por lo demás es una persona completamente acrítica. I-330, por el contrario, enseña a pensar a D-503, le abre las puertas de la duda metódica, lo lanza hacia la clandestinidad. En este aspecto, el personaje de I-330 resulta más atractivo y poderoso que el de Julia, mientras que el de D-503 se nos presenta dotado de mayor personalidad que Winston.

Otra novela que sin duda ejerció una fuerte influencia en 1984 es Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1932). Este británico (1884-1963), curiosamente alumno de Eton, al igual que el joven Orwell, se muestra más preocupado por la psicología de personajes. Fiel a sus inquietudes sobre el consumo de sustancias psicotrópicas, Huxley fundamenta su distopía en el consentimiento de los alienados. La alienación se produce gracias al consumo de una droga, el soma, que hace posible ese mundo feliz. Mediante el consumo de soma los ciudadanos huyen de sus problemas. La sociedad de consumo hace el resto. Vivimos en el año 632 después de Ford, el santo patrón de este Estado Mundial. El consumo es una necesidad. Para concienciar a las masas, nada mejor que convencerlas desde la misma cuna. Gracias a la ingeniería genética se ha perfeccionado lo que en la actualidad llamaríamos clonación. Legiones de seres idénticos, producidos en tubos de ensayo, rígidamente divididos en castas (desde los superiores alfa, dotados para el trabajo intelectual y directivo, hasta los disminuidos épsilon, simple mano de obra), todos son meros engranajes necesarios de una enorme cadena de montaje, y todos ellos están condicionados desde la infancia mediante el aprendizaje hipnagógico. Bernard Marx, un alfa con una tara de nacimiento, trabaja como diseñador de esos programas hipnagógicos, elabora las frases que, a fuerza de ser repetidas durante el sueño de los infantes, determinarán el pensamiento de las masas. Pero Bernard, debido a su tara física, es antisocial. Es contrario al amor libre imperante, representado por Lenina Crowne, una beta trabajadora en la Sala de Decantación (el lugar donde los fetos crecen). Ella accede a acompañarlo a una reserva en la que viven seres humanos sin civilizar, es decir ajenos a este estado de cosas. Allí topan con Linda, una nacida en el Estado Mundial que cometió el crimen de quedarse embarazada (el mayor pecado en este mundo) y engendrar a John, el Salvaje. Con el Salvaje de la mano, Bernard regresa a Londres. Vemos el idílico mundo feliz bajo la mirada atenta, crítica y escandalizada de John, sólo para darnos cuenta de que este mundo feliz, esta inmensa utopía, es terrible, acaso más terrible que la trazada por Orwell en 1984.


Orwell leyó Un mundo feliz. Las similitudes, desde luego, existen. Bernard, igual que Winston, trabaja configurando la realidad que aprenderán los habitantes de Londres: el primero, creando la realidad; el segundo, sustituyéndola. Lenina y su falta de complejos en materia sexual son una buena materia prima para Julia. El resto, a fuerza de presentarnos una distopía basada en la felicidad de los súbditos del Estado opresor, podría parecer distinto, pero en el fondo es mucho más terrible: un habitante del mundo presentado por 1984, véase Winston, sabe que está siendo oprimido; un habitante del Estado Único de Un mundo feliz cree que vive en el mejor de los mundos posibles, donde imperan el consumismo y el amor libre.


No son las únicas influencias de 1984, pero sí las más destacables. Entre las distopías más célebres cabría hablar también de La guerra de las salamandras, de Karel Capek (1936), que nos presenta, con un agudo sentido del humor, una guerra total, triste anticipo de la Segunda Guerra Mundial, entre la humanidad y una raza de reptiles dotados de inteligencia. Pero esto apenas se observa en la obra de Orwell. Busquemos, pues, influencias fuera de la corriente distópica de la literatura fantástica. La más evidente es El cero y el infinito, de Arthur Koestler (1941). Húngaro de nacimiento (1905-1983) y británico de adopción, fue amigo personal de Orwell, con quien mantuvo un interesante flujo de correspondencia. Su militancia comunista (1931-1937) lo llevó, entre otras cosas, a ser condenado a muerte durante la Guerra civil española. Fruto de sus experiencias y del desencanto sufrido por una Unión Soviética inmersa de lleno en las purgas estalinistas, escribió El cero y el infinito, una de las novelas más dolorosas que leerse puedan, e inspiradora directa de la tercera parte de 1984. Los interrogatorios y torturas a que es sometido Winston por O'Brien beben directamente de los de esta novela.

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