1984: Conclusiones


[Extracto de un artículo de Juan Manuel Santiago]

A modo de conclusión, ¿qué hay de 1984 en nuestro mundo actual? Parece ser que mucho, y más de lo que quisiéramos. La advertencia de Orwell parece haberse convertido en realidad, tal vez de una manera más sutil y, por supuesto, menos lesiva para la sensación de libertad individual. El futuro opresivo descrito por Orwell se ha convertido en un presente en el que impera la sensación generalizada de libertad y comodidad, de utopía realizada, pero en realidad los mecanismos de control son los mismos. En resumen, la definición misma de distopía, tal como la enunciábamos en otro momento de esta conferencia. Una situación más próxima a la distopía descrita por Aldous Huxley en Un mundo feliz, en la que la sumisión de las masas pasaba ineludiblemente por el condicionamiento hipnagógico, las drogas de diseño y la sociedad de consumo; un modelo igual de impersonal que el de 1984, pero envuelto en una apariencia mucho más humana y deseable. Motivos que hacen que la distopía de Aldous Huxley sea mucho más temible que la de George Orwell. Pese a su fama, 1984 no nos presenta, ni de lejos, el peor de los futuros posibles.

A decir verdad, es probable que 1984 ni siquiera sea el libro más terrible de Orwell. Demasiado maniqueo, como por otra parte la mayoría de su obra, carece de los matices de Rebelión en la granja y de la espontaneidad y vividez de Homenaje a Cataluña. Es demasiado poco sutil, y ello le hace perder parte de su pretendido efecto denuncia. Pese a que su fin último es denunciar cualquier forma de totalitarismo, tanto los existentes en el momento de ser escrita como los que probablemente habrían de surgir (siguiendo la cronología interna de la novela, el Gran Hermano no aparece en la historia hasta los años 60, con la revolución ya consolidada), es asimismo una metáfora demasiado transparente del estalinismo. El Gran Hermano es Stalin. Emmanuel Goldstein es Trotski, su archienemigo, su compañero de revolución, a la cual supuestamente traiciona. Orwell ha vivido la persecución de las milicias trotstkistas del POUM durante su estancia en Cataluña y Aragón. También sabe lo que es exponerse a la censura por divulgar opiniones opuestas al estalinismo. Todo ello lo convierte en un compañero de viaje de Trotski. Aunque la ideología de Orwell no era propiamente trotskista, el hecho de denunciar los excesos del estalinismo (en Homenaje a Cataluña, por la vía del periodismo de denuncia; en Rebelión en la granja, mediante una fábula animal; en 1984, recurriendo al tremendismo), en la práctica termina por servir a los intereses de Trotski. La crítica abierta de la represión de las milicias del POUM en Homenaje a Cataluña, la persecución de Snowball en Rebelión en la granja y la introducción del personaje de Emmanuel Goldstein en 1984 son manifestaciones de un alineamiento inequívoco del lado de Trotski.

O tal vez no. Del mismo modo que jamás vemos al Gran Hermano, es tan sólo una referencia abstracta, una suerte de divinidad que encarna los valores fundamentales del Estado de Oceanía, tampoco sabemos a ciencia cierta quién es ni cómo se comporta Emmanuel Goldstein. Las únicas manifestaciones de la existencia de Goldstein, aparte de la confusa Hermandad (en realidad, un cebo para atraer disidentes a las garras de la Policía del Pensamiento), es un texto completamente inocuo y meramente descriptivo del funcionamiento de Oceanía y de las interioridades del Partido. Teoría y práctica del colectivismo oligárquico apenas tiene elementos escandalosos; no es más que un manual de divulgación. De hecho, podría ser un libro de texto para los cuadros del Partido Interior, ya convencidos de las bondades del régimen gracias al proceso del doblepensar.

Ni el Gran Hermano ni Goldstein se nos muestran a lo largo de 1984. Tan sólo disponemos de referencias inconcretas: el Gran Hermano es bueno, es la esencia y elemento unificador del Estado, es amor; Goldstein es malo, es el enemigo externo e interno que amenaza con disgregar el Estado, es odio. Sin el uno, el otro no podría existir. El Gran Hermano necesita a Goldstein para que su dictadura y el estado de guerra perpetuo que su régimen mantiene adquieran algún sentido.
Siguiendo la lógica de la novela, el Gran Hermano tiene agentes muy poderosos encargados de perpetuar al Partido en el Poder. El Ministerio del Amor es el más notable. Todo el peso del Estado se encamina a mantener a los súbditos fuera del alcance de la nefasta influencia de Goldstein. O'Brien es el máximo ejemplo, capaz de tender una trampa a Winston y Julia para anularlos como personas, pues han caído en el crimental.

Ahora bien, ¿cuáles son los agentes de la Hermandad de Goldstein? En los Dos Minutos de Odio se proyectan imágenes de Goldstein, el enemigo eterno, sobre un fondo bélico, la guerra que Oceanía libra con Eurasia. Pero Goldstein no es el Gran Hermano eurasiático, sus motivaciones pueden haberlo llevado a traicionar a su país, probablemente se encuentre refugiado en Eurasia si con ello ayuda a derrocar al Gran Hermano, pero en ningún caso resulta creíble la idea de que domine los destinos de los eurasiáticos. Goldstein lucha contra el Gran Hermano (y, por ende, contra Oceanía), pero no es un líder con poder efectivo. Según la propaganda de guerra, es identificado con Eurasia, el actual enemigo de Oceanía. Pero, como vemos al final de la novela, el enemigo de Oceanía ya no es Eurasia sino Asia Oriental, y siempre ha sido el enemigo, el único enemigo. Goldstein pasará entonces a ser un traidor vendido a Asia Oriental. Realmente hace falta un esfuerzo de doblepensamiento, al alcance de todos los miembros del Partido y muchos de los perfectos ciudadanos, para creer en estos vaivenes. Pero el combate contra el Gran Hermano no se desarrolla en el frente exterior, sino en la realidad cotidiana. La Hermandad es una organización que funciona dentro de Oceanía. Necesita, pues, agentes infiltrados en la sociedad.

¿Quiénes son estos agentes? Durante un tiempo, Winston y Julia. Son los únicos que conocemos. O'Brien les advierte de que tarde o temprano los detendrán y sustituirán por otros, en una espiral aparentemente sin fin, en la que el crimental conduce irrevocablemente a la Hermandad, la Hermandad conduce irremediablemente al Ministerio del Amor (la temida habitación 101) y el Ministerio del Amor conduce irremediablemente a la vaporización y la nopersona, el no ser, el no haber existido nunca. "Tú no existes", replica O'Brien a Winston en un momento de su lavado de cerebro.

O'Brien. Siempre O'Brien. El agente secreto de la Policía del Pensamiento. El amigo de Winston que se le aparece en sueños para inducirlo al crimental. El agente de la Hermandad.

Gran Hermano. Hermandad. O'Brien. Tres vértices de un triángulo. Una persona que, en apariencia, actúa como agente doble. Aunque, si nos detenemos a pensar, se trata de un pésimo agente doble, pues siempre, inevitablemente, los agentes que gana para la causa de la Hermandad (Goldstein) terminan siendo torturados por él mismo en el Ministerio de la Verdad.

La pregunta que uno se plantea es: ¿Existe verdaderamente Emmanuel Goldstein? ¿No se tratará de un cebo que las autoridades ponen a disposición de los incautos cuyas convicciones flaquean y, no siempre por su propia voluntad, incurren en el crimental? Goldstein es el enemigo del Gran Hermano, resulta evidente que su naturaleza ha sido desvirtuada por la propaganda del régimen para convertirlo también en el enemigo de Oceanía, en la encarnación de todos sus males. El juramento que Winston y Julia realizan de sumisión a la Hermandad es una declaración de guerra al Estado. Si la naturaleza de Goldstein ha sido desvirtuada tras su presunta huida de Oceanía; si nada de lo que asegura la propaganda es cierto; si nadie ha visto a Goldstein y sus únicos agentes son en realidad miembros de la policía secreta del régimen, ¿qué nos impide pensar que en realidad Goldstein es una fabulación, un invento del régimen, un archienemigo diseñado para glorificar por defecto al Gran Hermano y para cazar a los disidentes? Es probable que en el pasado existiera un Emmanuel Goldstein, que se enfrentase con el Gran Hermano y que tuviese que huir de Oceanía; pero de ahí a suponer que ejerza una influencia decisiva en la lucha contra el régimen media todo un abismo. Sabemos que el trotskismo no influyó en la lucha interna contra el estalinismo. Había otras fuerzas (religiosas, nacionalistas, cívicas) que, indiscutiblemente apoyadas desde el exterior (por el Vaticano, Irán y los Estados Unidos), encabezaron la democratización e independencia de las repúblicas que componían la URSS. Pero en ningún momento hubo ningún partido trotskista que interviniese de forma directa en este proceso. Y, sin embargo, durante muchos años la propaganda oficial estalinista se encargó de culpar a conciencia a Trotski, al traidor, de todos los males de la Nación. Orwell no vivió para ver este proceso, pero la lógica planteada en 1984 es la misma. Goldstein es el enemigo oficial, pero en la práctica no es relevante para derrocar el régimen. No cuenta con agentes, los que se presentan como miembros de la Hermandad son en realidad sicarios del Gran Hermano, y su ideología es casi inexistente, apenas un puñado de obviedades. Las esperanzas de Winston siempre estuvieron puestas en los proles, los miembros de la sociedad más ajenos a las proclamas del Gran Hermano, algunos de ellos incluso conscientes de que hubo un pasado anterior al Gran Hermano en el que existía un nivel de vida equiparable o superior al actual. Para ellos, en cierto modo el Gran Hermano no existe.

Porque esta es la pregunta fundamental: ¿existe el Gran Hermano? El Gran Hermano irrumpe en la historia de Oceanía en un momento inconcreto. Winston cree recordar que en torno a la década de los 60, veinte años antes de la fecha en que transcurre la novela. A diferencia de Goldstein, el Gran Hermano no participó en la Revolución, al menos con ese título. El Gran Hermano no realiza apariciones en público. Es glorificado, es el líder, el conductor del ejército hacia la victoria sobre el enemigo externo, el garante de la victoria sobre la disidencia interna, el caudillo que proporcionó todos los adelantos científicos y técnicos conocidos a sus amantísimos hijos, es el padre, es el dios. Pero nadie recuerda haberlo visto en persona. Nadie recuerda en qué momento apareció en la vida pública. No tiene un origen definido, es un ser casi mítico sin historia, en una sociedad que, gracias a la manipulación ideológica e informativa, sabe que la historia no existe, que lo que hoy es mañana no será, no habrá sido nunca.

¿Existe el Gran Hermano? La pregunta es difícil de responder. Tal vez sí, tal vez no. ¿Existe Goldstein? Por lo que hemos visto, es cierto que en un pasado remoto existió un Emmanuel Goldstein, pero no es el mismo contra el que alertan las autoridades, pues el Goldstein actual no existe, es una mera invención, una herramienta represora más. Tenemos, pues, a un Goldstein que en el pasado existió pero en la actualidad es sólo un nombre, una franquicia que encarna al mal, y a un Gran Hermano, su opuesto, que no tiene pasado, nadie sabe en qué momento apareció en escena y representa todos los valores positivos de la sociedad. Todas las atrocidades represoras se cometen en nombre del Gran Hermano. Todas las atrocidades que conducen a la represión se cometen en nombre de Goldstein. Sin las primeras, no se podrían justificar las segundas, que son la razón de ser del Régimen. Goldstein y el Gran Hermano se necesitan mutuamente y, si el primero no existe, ¿por qué habría de hacerlo el segundo? O son la misma persona o no son ninguna persona en absoluto. La decisión queda a la libre interpretación de cada cual.

Según leemos en Teoría y práctica del colectivismo oligárquico, es probable que Eurasia y Asia Oriental tengan sus propios Grandes Hermanos (y, suponemos, sus Goldstein particulares). En un ejercicio de imaginación, podemos suponer que si Eurasia es la evolución lógica de una Europa continental invadida por la Unión Soviética, ambos papeles correspondan a los propios Stalin y Trotski, respectivamente. Lo cual nos lleva a preguntarnos si Stalin y Trotski, de manera análoga al Gran Hermano y Goldstein, existen en realidad. Y, más allá, si existen la propia guerra en la que se sustentan el Gran Hermano y su régimen o incluso si existen los tres grandes bloques que pugnan en esa guerra.

Queda un último punto por analizar. 1984 es la historia de la resistencia de un individuo, Winston, a ser absorbido por todo un sistema. En toda distopía que se precie, este intento está abocado al fracaso. El D-503 de Nosotros es reinsertado en la comunidad. Bernard Marx y el Salvaje de Un mundo feliz padecen destinos diferentes, pero ambos se saldan con derrota: el primero es deportado a Islandia, el segundo se ahorca ante su desesperación por la sociedad perfecta descrita por Huxley. Winston y Julia se traicionan mutuamente y a ellos mismos y son vaporizados en 1984. Toda forma de lucha del individuo frente al sistema represor es una quijotada que no puede acabar bien. Frente a ello, sólo cabe una opción: integrarse en la multitud, de modo que no puedan anularte como persona. Si no piensas como la masa, al menos camúflate bien entre ella. En cierto modo, es el destino al que están abocados los héroes solitarios de las novelas de aventuras (el señor Kurtz de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, ha de ser eliminado como castigo a su heterodoxia) y terror (el Robert Neville de Soy leyenda, de Richard Matheson, termina convertido en un monstruo: es el único ser humano vivo entre una sociedad de vampiros; él es el extraño, el que debe ser eliminado). Las distopías radicales del periodo clásico de este subgénero no nos ofrecen ninguna solución, se limitan a recordarnos que el empeño es inútil.

Ahora bien, cabe preguntarse si en realidad Winston Smith es derrotado. 1984 concluye con la derrota de Winston, con su lavado de cerebro y reinserción momentánea en la vida laboral, presagio de una pronta vaporización. Sin embargo, Orwell ofrece un post-scriptum, el ensayo titulado "Los principios de la neolengua", en el que teoriza acerca de lo que hemos visto en la novela. Comprendemos el funcionamiento de la neolengua, su estratificación en niveles de dificultad, tanto más desarrollados cuanto más elevado el nivel de jerarquía dentro del Partido. Desde el punto de vista de un filólogo, sin duda resulta una lectura fascinante. Para el interesado en la sociología y en la política, también. Para el aprendiz de literato, es un modelo de construcción de un universo narrativo coherente. Para el conferenciante empeñado en sacarle punta a la novela, arroja las claves que necesitamos para descubrir un hecho que tal vez pasara desapercibido para los lectores: es posible que el régimen del Gran Hermano haya sido derrotado. Orwell nos ofrece indicios que apuntan en esta dirección. Bien es cierto que son indicios un tanto inconsistentes, pero merece la pena pensar en ellos.

Para empezar, este apéndice está escrito bajo la forma de un ensayo. La tercera persona del narrador, implicado en la historia que relata, desaparece para dar paso a una tercera persona completamente aséptica, ajena a la novela: tan sólo se nos ofrece un ensayo sobre lingüística. Lo habitual en la literatura especulativa, cuyo marco temporal se desarrolla en el futuro del lector, es recurrir a este tipo de ensayos para aclarar algunos aspectos confusos o no suficientemente desarrollados en la narración. Orwell recurre, pues, a este subterfugio para explicarnos el funcionamiento de la neolengua. El ensayo comienza así:
"La neolengua era la lengua oficial de Oceanía y fue creada para solucionar las necesidades ideológicas del Ingsoc o Socialismo Inglés. En el año 1984 aún no había nadie que utilizara la neolengua como elemento único de comunicación, ni hablado ni escrito. (...) Se esperaba que la neolengua reemplazara a la vieja lengua (o inglés corriente, diríamos nosotros) hacia el año 2050."
En apariencia se trata de un texto muy aséptico. Demasiado, de hecho. Sin embargo, ¿no llama la atención el empleo de tiempos verbales? La toma de partido de Orwell en la novela hace más llamativa esta asepsia. El recurso al tiempo verbal con que se narran los orígenes de la neolengua, sin embargo, resulta muy revelador. Según la lógica de 1984, Winston cae, la resistencia es aplastada una vez más, la maquinaria estatal se comporta como la bota que pisa indefinidamente cuantos rostros humanos se le interpongan. El Partido triunfa y está más cerca de lograr sus objetivos: mantenerse en el poder perpetuamente, borrar la corriente temporal, controlar el futuro. Orwell debería narrar el desarrollo de la neolengua desde un futuro en el que el Partido ha conseguido sus objetivos, pues el final de la novela es meridianamente claro: el Partido ha triunfado sobre Winston y Julia. Sin embargo, "Los principios de neolengua" matizan este discurso. Para empezar, Orwell escribe el ensayo en inglés. Quiere decirse con esto que en el futuro desde el que Orwell escribe el ensayo, posterior al año 1984, las referencias a la neolengua están escritas en inglés corriente, no en neolengua. De la neolengua se nos precisa que era la lengua oficial de Oceanía y que estaba prevista su completa implantación antes del 2050. Aunque parezca una perogrullada, no se nos afirma que la neolengua sea la lengua oficial de Oceanía en el momento, posterior a los sucesos narrados en la novela, en que está escrito el ensayo. Se habla de la neolengua en pasado, así como del calendario fijado para su implantación. Podemos suponer, por tanto, que la neolengua ya no existe. Lo cual nos permite suponer, sólo suponer, que el empeño del Gran Hermano y del Ingsoc de implantar una lengua artificial ha fracasado. Lo cual nos lleva a suponer, sólo suponer, que tal vez con el derrumbe de este empeño faraónico se vino abajo todo el edificio en que se sustentaba el sistema. Orwell nos está ofreciendo un indicio razonable de que se puede luchar contra el Gran Hermano y, quién sabe, quizá derrotarlo.

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