1984: Control social, dictadura, realidad y violencia


[Extracto de un artículo de Juan Manuel Santiago]

Tras este resumen de la novela, podemos detenernos en los cuatro aspectos fundamentales de la exposición de Orwell.

1. Control social

El sistema político presentado por Orwell está encaminado a alienar al individuo, a hacerlo virtualmente incapaz de pensar por sí mismo. Siguiendo la definición anteriormente expuesta de distopía, es una sociedad cerrada sobre sí misma, que se presenta como la sociedad perfecta. Sólo aislando las influencias externas se podrá realizar el ideal del Ingsoc. El exterior sólo puede ser malo. Sólo el Gran Hermano y el Partido son capaces de ofrecer algo bueno al ciudadano de Oceanía. A tenor de lo que hemos leído en la obra de Goldstein, todo nos hace suponer que este esquema de sociedad es idéntico en Eurasia y en Asia Oriental. La guerra exterior frente a dos enemigos identificables (un enemigo físico: las potencias enfrentadas a Oceanía; un enemigo ideológico: Goldstein) es el factor de cohesión, que llega adonde el Gran Hermano no alcanza con sus eslóganes.

Existen medios coercitivos para asegurarse este control. El Ministerio del Amor dispone un aparato represor sin fisuras. No es infrecuente que tu propio hijo te delate, a semejanza de los jóvenes camisas pardas nazis. Así pues, vemos que existen diversos niveles de control social:

1. La guerra exterior contra el enemigo físico e ideológico. Es la razón de ser última del Estado. Hay que odiar a Goldstein y a la potencia enemiga de turno; sólo así, por contraposición, se podrá amar al Gran Hermano.

2. La guerra interior contra el crimental. Fomenta la participación de los propios ciudadanos en su sistema represor. Pasa ineludiblemente por el aprendizaje y repetición de las consignas fundamentales del Partido. Es el segundo nivel de cohesión: el amor al Gran Hermano.

3. La guerra contra la verdad. Orquestada por los medios de comunicación, consiste en un lavado de cerebro permanente de las masas. Configura la realidad que el Partido quiere imponer. A falta de pruebas en contrario, termina por ser La Verdad. Es un nivel más profundo de cohesión del sistema: si el recurso al enemigo externo y a la desviación ideológica no son suficientes, se encarga de anular las últimas manifestaciones espontáneas de contestación. No sólo hay que amar al Gran Hermano: además hay que agradecerle el bienestar actual. Todos los adelantos, sean de la índole que sean, son obra exclusiva del Gran Hermano.

4. La guerra contra las costumbres. Consiste en dar apariencia de virtuosismo a todos los actos cotidianos. Ninguna conducta puede ser considerada errónea, so pena de incurrir en el crimental. Hay que practicar la abstinencia sexual. Hay que acudir a los autos de fe contra los enemigos del Partido y del Estado. Hay que gritar en los Dos Minutos de Odio. No hay que dar pie a conductas ambiguas en la calle. Hay que estar siempre visible para la telepantalla. El Gran Hermano te vigila y, como corresponde a una figura fuertemente paternalista, está dispuesto a castigar al hijo descarriado que traiciona su confianza y desprecia su amor.

2. Dictadura

El régimen así caracterizado es, evidentemente, una dictadura. Se ejerce un autoritarismo sin límites. No se contempla ninguna institución de participación ciudadana, ni siquiera un parlamento ficticio en el que exista una democracia fingida. No hay que convencer a nadie de las bondades del régimen. Al estar cerrado al exterior, el Estado no tiene que rendir cuentas a institución o potencia extranjera alguna. Al ser la dictadura perfecta, la opinión pública es irrelevante. Es más: la opinión pública no existe.

Conocemos la trayectoria vital de George Orwell. Sabemos de sus querellas internas en el seno de las fuerzas izquierdistas. Estamos al corriente de su desencanto con los partidos denominados obreros. A tenor de sus experiencias en el frente aragonés y en Barcelona durante la guerra civil española, descritas en Homenaje a Cataluña, y a raíz de lo leído en Rebelión en la granja, resultaría muy fácil ceder a la tentación de catalogar 1984 como una obra anticomunista. Lo cual es cierto pero inexacto.

Orwell se cuida de trazar un mapa geopolítico en el que tienen cabida tres totalitarismos feroces y sin fisuras, producto de un reparto del mundo que, por lo sugerido en la novela, debió de producirse en algún momento en torno a la década de 1950. Asia Oriental cayó bajo el influjo de China, y ya sabemos que China es un Estado comunista desde que Mao Zedong desalojara a Chiang Kai Chek de la China continental e instaurara su régimen, allá por 1949, todavía en vida de Orwell, con 1984 en proceso de redacción. Eurasia es una colonia de la Unión Soviética, en funcionamiento desde el triunfo de la Revolución bolchevique de 1917 pero con el estatus de superpotencia mundial desde que en 1945, al vencer al nazismo alemán de Hitler, se hiciera virtualmente con el control la Europa del Este, tras la constitución, en 1949, del Consejo de Ayuda Económica (COMECON), germen del Pacto de Varsovia. Oceanía es el resultado de la absorción por parte de los Estados Unidos de América de todos los países de habla inglesa (Canadá, Gran Bretaña, Suráfrica, Australia y Nueva Zelanda) más sus colonias naturales (de acuerdo con lo establecido en la Doctrina Monroe y la Doctrina del Destino Manifiesto, México y Centro y Sudamérica). Vemos, pues, que si la crítica de Orwell hubiera tenido como único objetivo el comunismo estalinista, habría hecho caer Gran Bretaña bajo la influencia de Eurasia, algo que desde el punto de vista geográfico tenía más sentido que hacer bascular a su patria natal hacia la influencia estadounidense. El Gran Hermano practica una ideología, el Ingsoc, indistinguible del comunismo estalinista, cierto, pero también indistinguible del nazismo o cualquier otra forma de fascismo. Su antisemitismo (Goldstein es un apellido judío) puede ser tan propio de un nazi alemán como de un comunista soviético como de un ultrarrepublicano estadounidense (Henry Ford, por poner un ejemplo, fue cabeza visible del antisemitismo en su país) o un tory británico. Su xenofobia adentra sus raíces en la supremacía de la raza blanca y en la primacía de la lengua inglesa, que sólo será superada por la neolingua, de raíces asimismo inglesas.

Si Orwell lo hubiera querido, el Gran Hermano podría haber sido ruso, o chino, o alemán. Pero no. El Gran Hermano es anglosajón. Oceanía es una dictadura, una de las tres dictaduras globales surgidas a raíz de la Segunda Guerra Mundial, y acompaña al comunismo estalinista soviético y al comunismo maoísta chino, pero no es ninguna de las dos, aunque comparte elementos ideológicos y de modus operandi. También posee todos los atributos que convierten en dictadura totalitaria al fascismo italiano y al nazismo. Pero no es ninguna de ellas. No se puede identificar con ningún totalitarismo existente en el momento de redacción de la novela. Es una extrapolación de lo que podría ser un comunismo o un fascismo a la anglosajona. De donde debemos colegir que Orwell está criticando todos los tipos de totalitarismo. Su crítica es de carácter universal, y tanto da la forma que este totalitarismo adquiera: comunismo, nazismo, fascismo o Ingsoc.


3. Falseamiento de la realidad

La única manera de perpetuar un régimen dictatorial como el presentado por Orwell es falseando la realidad, perpetuando la mentira. Para que el sistema funcione, hay que acabar con la disidencia. El crimental es el mayor delito, y para evitarlo hay que terminar con las causas que conducen al mismo. Hay que manipular el pasado, hacerlo inexistente si es necesario. "Quien controla el pasado, controla el futuro, y quien controla el presente, controla el pasado." Este axioma tiene una interpretación evidente: el futuro será de quienes han manipulado el pasado hasta el punto de modelarlo a su antojo. Mediante la anulación de cualquier tiempo que no sea el mismo presente se podrá evitar la contestación al régimen: la disidencia suele recurrir a factores históricos, a un pasado en el que las cosas no eran como ahora, y ese recurso al pasado conduce a rectificar el presente y mejorar el futuro. Anulando la línea temporal se atajan de raíz estas posibilidades. El único pasado existente es aquel que el Partido dispone, y puede cambiarlo a su antojo, si una cifra de producción de chocolate no cuadra, si un objetivo del plan trienal no se cumple, si tres líderes antirrevolucionarios deben ser vaporizados. Cualquier discordancia entre el pasado y la propaganda oficial puede inducir a pensar que el presente no es perfecto o no está completamente controlado. Ante la imposibilidad de viajar en el tiempo para modificar esos parámetros descontrolados, la única manera posible de eliminar el problema es borrándolos de la memoria. Si se manipulan y adulteran, los nuevos registros pasarán a ser la única verdad. La antigua verdad nunca habrá existido, luego no será verdad. No será. Una persona incómoda para el régimen, un culpable confeso de crimental (pues el crimental siempre conlleva una confesión de culpabilidad), será anulado como persona, primero se le despojará de su personalidad y más tarde, cuando su ejemplo viviente ya haya sido interiorizado por el súbdito, será vaporizado, será una nopersona. No será. No habrá sido nunca.

Esta realidad configura un futuro perfecto. El pasado, en perpetuo movimiento, dará lugar a un futuro inmóvil, en el que no quepa la disidencia porque ya no existirá palabra para la disidencia. La neolengua se encargará de ello. El lenguaje modelará la mentalidad de los hombres y mujeres futuros, en la misma medida que la manipulación de la Historia. Llegará un momento en que el tiempo se estanque, pues, como todo cuerpo perfecto, la entropía habrá desaparecido y se encontrará en estado de reposo absoluto. Sólo en ese momento darán igual el pasado y el futuro, puesto que sólo se vivirá en el presente. Ese momento no está lejano. Los expertos prevén que hacia 2050 se publicará la edición definitiva del Diccionario de neolengua. Esa es la fecha que el Ingsoc se ha marcado para controlar la realidad. Una fecha tal vez utópica, puesto que (y esto sólo puede significar que el Partido está próximo a alcanzar sus fines) Winston no tiene la certeza de la fecha en que vive. Elige 1984 como fecha para comenzar su diario por aproximación, no porque le conste. Es probable que la acción de 1984 ni siquiera transcurra en el año 1984. El tiempo está dejando de existir.

Pero este ideal puede no alcanzarse. En tanto no se hayan borrado todos los registros del pasado que puedan comprometer el presente, y en tanto no se haya perfeccionado la estructura mental de los habitantes de la Oceanía futura, existe el riesgo del libre pensamiento. Y sólo con la violencia se puede erradicar el germen del individualismo.

4) Violencia

El Estado debe ejercer la coerción para asegurarse el cumplimiento de las leyes. Esto es aplicable a cualquier tipo de Estado, sea totalitario o democrático. Sólo el nivel en que se ejerce esa coerción determina el tipo de régimen político. Un Estado en el que priman los mecanismos violentos de coerción es un Estado totalitario. La Oceanía de 1984 lo es. Bajo la apariencia de utopía, todos saben lo que les espera si caen en desgracia. El crimental es arbitrario, no respeta a nadie, padres de familia o miembros del Partido. Ni siquiera Syme, el ideólogo de la neolengua, escapa a la prisión, a las siniestras mazmorras del Ministerio del Amor. La violencia es el último recurso, al que tarde o temprano llegarán todos los culpables de crimental, y se ejerce de una manera desmedida. El Gran Hermano parece un dios bíblico, ejerciendo su castigo. O'Brien es una figura casi paternalista, intenta por todos los medios enseñar a Winston sus errores, convencerlo de lo erróneo de su actitud, modelando su mente al antojo del Partido, induciéndolo al doblepensar. Para ello, Winston ha de traicionar aquello que más quiere y, pese a que Orwell se recrea sin piedad en las escenas de tortura física (las referencias a la Inquisición son abundantes), lo más terrible de la novela es lo que acontece dentro de la habitación 101, donde Winston se enfrenta a lo que más teme. Violencia intelectual y violencia física van unidas en un binomio indisoluble que sólo tiene una finalidad: perpetuar el Estado de terror y opresión, y no sólo eso, sino hacerlo con el beneplácito y la firme adhesión y convicción de los ciudadanos oprimidos. En palabras de O'Brien: «Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, figúrate una bota aplastando un rostro humano... incesantemente».

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