Influencias de 1984
Pero 1984 es una novela que también ha influido a posteriori, no sólo en la literatura sino también en el cine y en la vida cotidiana.
Influencias literarias
Las influencias literarias de 1984 se encuentran en la tradición distópica de la ciencia-ficción. La novela puso el listón tan alto que nunca más se volvió a presentar un futuro tan negro: hacerlo hubiera equivalido a incurrir en la autoparodia o la hipérbole increíble, y la efectividad de 1984 radica en que resulta inquietantemente creíble. Una distopía como Limbo, de Bernard Wolfe (1952), tal vez deba más a Un mundo feliz que a 1984, pero contiene puntos de interés para el estudioso de la obra de Orwell. El estadounidense Bernard Wolfe (1915-1986) fue guardaespaldas de Trotski en su exilio mexicano de Coyoacán y dio a publicar Limbo, una distopía tan inteligente como mordaz, en la que las diferencias entre Estados se solucionan mediante una especie un tanto desquiciada de Juegos Olímpicos. Tras la guerra atómica (fantasma que, curiosamente, apenas desarrolla Orwell), el credo imperante es el vol amp, la amputación voluntaria de miembros, que determina el prestigio social. El mundo está dominado por dos grandes superordenadores. El futuro es incomprensible. El Gran Hermano no lo entendería: ha quedado superado por la informática.
También sería aventurado hablar de puntos de contacto entre 1984 y La naranja mecánica, de Anthony Burguess (1962). La violencia está consagrada como entretenimiento para la juventud. La caída en desgracia de uno de los practicantes de la ultraviolencia, Alex, corre en paralelo a la narración de su reinserción. Pero no se trata de una reinserción destinada a erradicar la violencia de su ser (se intenta en un primer momento, dejándolo indefenso ante el mundo exterior), sino encaminada a hacerle recuperar el instinto agresivo y violento. Es tal vez la única concomitancia entre ambas obras: un largo proceso, mezcla de rehabilitación y tortura, que da como resultado una persona del agrado del poder, hecha a imagen y semejanza de las directrices gubernamentales.
Influencias cinematográficas
La primera data de 1956. Fue dirigida por Michael Anderson y estuvo protagonizada por Edmond O'Brien (como Winston), Jan Sterling (como Julia), Michael Redgrave y Donald Pleasence. La segunda, fechada precisamente en 1984, fue dirigida por Michael Radford y protagonizada por John Hurt (Winston), Suzanna Hamilton (Julia) y Richard Burton (O'Brien). Ambas son correctas, pero demasiado literales, fallan precisamente por su intento de ser fieles a la novela de Orwell. Puestos a destacar, destaquemos un elemento heterodoxo en la segunda: la música, a cargo del grupo Eurythmics. Además de estas dos películas, cabe consignar al menos dos adaptaciones televisivas, una fechada en 1954 (dirigida por Rudolph Cartier y protagonizada por Peter Cushing) y la otra en 1965 (dirigida por Christopher Morahan y protagonizada por David Buck).
De este modo, nos vemos en la obligación de hablar de la adaptación cinematográfica que haría el lugar "dos y medio": Brazil, de Terry Gilliam (1985). El director nunca se cansa de repetir que no había leído el libro, si bien el título provisional de la película era 1984 y medio, un claro homenaje a la novela de Orwell y a la película de Federico Fellini 8 y medio. La odisea burocrática de Sam Lowry (Jonathan Pryce) se da un aire al ambiente en que trabaja Winston; muy bien podría ser el Ministerio de la Verdad, del mismo modo que Ian Holm en el papel de Kurtzmann parece un doble de George Orwell. Las ensoñaciones de Sam con Jill Layton parecen los momentos más arrebatados de la historia de amor entre Winston y Julia. El mundo opulento en que vive la madre de Winston podría ser el ambiente de las élites del Partido Interior. La caída en desgracia de Sam y su posterior tortura parecen la plasmación en imágenes más perfecta y estremecedora de la tercera parte de 1984 novela. Por supuesto, Gilliam confiere al conjunto un tono satírico (esas bromas acerca de la inoperancia de la policía secreta, incapaz de horadar un agujero de las dimensiones adecuadas para capturar –por error-- a un supuesto disidente político porque «se han vuelto a pasar al sistema métrico decimal»), así como un componente entre kafkiano y onírico (ese fontanero comando encarnado por Robert De Niro) de los que carece la novela de Orwell.
De este modo, nos vemos en la obligación de hablar de la adaptación cinematográfica que haría el lugar "dos y medio": Brazil, de Terry Gilliam (1985). El director nunca se cansa de repetir que no había leído el libro, si bien el título provisional de la película era 1984 y medio, un claro homenaje a la novela de Orwell y a la película de Federico Fellini 8 y medio. La odisea burocrática de Sam Lowry (Jonathan Pryce) se da un aire al ambiente en que trabaja Winston; muy bien podría ser el Ministerio de la Verdad, del mismo modo que Ian Holm en el papel de Kurtzmann parece un doble de George Orwell. Las ensoñaciones de Sam con Jill Layton parecen los momentos más arrebatados de la historia de amor entre Winston y Julia. El mundo opulento en que vive la madre de Winston podría ser el ambiente de las élites del Partido Interior. La caída en desgracia de Sam y su posterior tortura parecen la plasmación en imágenes más perfecta y estremecedora de la tercera parte de 1984 novela. Por supuesto, Gilliam confiere al conjunto un tono satírico (esas bromas acerca de la inoperancia de la policía secreta, incapaz de horadar un agujero de las dimensiones adecuadas para capturar –por error-- a un supuesto disidente político porque «se han vuelto a pasar al sistema métrico decimal»), así como un componente entre kafkiano y onírico (ese fontanero comando encarnado por Robert De Niro) de los que carece la novela de Orwell.
Se podrían encontrar ecos marginales de 1984 en otras películas como The Wall (Alan Parker, 1982), que nos presenta otra "pesadilla de aire acondicionado" con el leitmotiv de la música de Pink Floyd, pero sus similitudes con la novela no dejan de ser eso: marginales.
Influencias en la vida cotidiana
Lo más terrible de 1984 es que ha trascendido el ámbito puramente literario y podemos encontrar ecos de la novela en la vida cotidiana. Cabe hablar de la capacidad anticipatoria de la novela, un asunto que ha levantado multitud de controversias y que en torno al año 1984 se convirtió prácticamente en el asunto del día en las columnas de prensa. ¿Qué había en al año 1984 de la novela 1984?, se preguntaban periodistas, columnistas y tertulianos. La conclusión más extendida era que Orwell había fracasado como profeta: la dictadura predicha en sus páginas no había tenido lugar. El mundo parecía respirar tranquilo: el Gran Hermano nunca gobernó. Orwell ya no era fiable.
Sin embargo, huelga decir que Orwell no era un profeta, sino un escritor concienciado. No es pequeña la diferencia: como buen distopista, como buen escritor, como buena persona, Orwell no intentaba adivinar el futuro, sino evitar un futuro posible mediante un alegato que sacudiese conciencias e indujese a la reflexión. El futuro previsto en 1984 resultaba terrible no por el hecho de que Orwell creyese que iba a tener lugar, sino porque temía que, si las cosas seguían así, podría llegar a suceder.
Sin embargo, huelga decir que Orwell no era un profeta, sino un escritor concienciado. No es pequeña la diferencia: como buen distopista, como buen escritor, como buena persona, Orwell no intentaba adivinar el futuro, sino evitar un futuro posible mediante un alegato que sacudiese conciencias e indujese a la reflexión. El futuro previsto en 1984 resultaba terrible no por el hecho de que Orwell creyese que iba a tener lugar, sino porque temía que, si las cosas seguían así, podría llegar a suceder.
¿A qué temía Orwell? Ya hemos visto que la posibilidad de una dictadura casi mundial, capaz de manipular los medios de comunicación y anular la voluntad y la memoria de los ciudadanos, le parecía la peor de las posibilidades. 1984 es una advertencia demasiado poco sutil, desesperada, muy evidente. Homenaje a Cataluña llegaba en mal momento: la Unión Soviética aún era la mejor garantía en la lucha contra el fascismo internacional. La II Guerra Mundial aún no había empezado. Rebelión en la granja tampoco llegó en buen momento: la guerra estaba recién ganada, la Unión Soviética había salvado la democracia en el mundo y la fábula moral propuesta por él resultaba demasiado evidente. Por momentos, Orwell cree que la batalla está perdida, que de nada servirá denunciar el totalitarismo. Parece que la Unión Soviética ha formado una alianza contra natura con las potencias democráticas occidentales, con el único fin de silenciar la verdad. El inicio de la guerra fría da lugar a una lucha de bloques que, con la irrupción de la China comunista, conforma un panorama internacional inquietante: el fantasma de una guerra total acecha. Es una guerra de baja intensidad, manifestada en conflictos puntuales, pero siempre con el fantasma de la conflagración mundial rondando. Puesto que la guerra militar no resulta conveniente, las mejor arma para ganar el conflicto no declarado es otra: la guerra propagandística. Para ganarse a la opinión pública, ambos bandos crean un ambiente de confrontación (un enemigo identificable) y no dudan en tergiversar los medios de comunicación, e incluso la historia, de acuerdo con sus propios fines. Sólo así se tendrá una ciudadanía completamente convencida de la maldad del enemigo (lo cual garantiza la cohesión del grupo) y dispuesta a casi todo por defender su integridad territorial. La disidencia interna se castiga con la cárcel y la tortura (los gulags soviéticos) o con el silenciamiento (la caza de brujas maccarthista en los Estados Unidos). Si el odio al rival no bastase para mantener unida a la nación, existen otros métodos para hacerlo: el recurso a una figura carismática, un líder. Si aun así ello no bastase, el poder dispone de suficientes medios de comunicación y mecanismos ideológicos para anular todo vestigio de discrepancia. Si el equilibrio de poderes variase, si cambiasen las circunstancias o las alianzas, el sistema no puede permitirse el lujo de reconocer su error. Necesita, por tanto, modificar la realidad, hacer creer a la ciudadanía que todo lo que sucede obedece al interés común, que éste siempre ha sido inmutable y que quien se atreva a desenmascarar las contradicciones surgidas a lo largo de este proceso es necesariamente antipatriota y, por tanto, merece ser castigado. El ciudadano tiene que aprender a pensar que el enemigo de hoy, por muy odiado que sea, puede ser el aliado de mañana; que lo que hoy es blanco mañana puede ser negro. Si no se confía en la nación y en el líder, difícilmente se podrá ganar la guerra contra el Otro, fin último de la existencia del Estado. Si en el camino hay que prescindir de la verdad o adecuarla a la situación existente, se hace. Si hay que hacer pequeñas trampas mentales, mentirse a sí mismos, también se hace.
Este esquema resulta independiente de la forma de gobierno. En democracia o bajo una dictadura, el poder sólo busca perpetuarse, y la superestructura ideológica es la mejor aliada de los mecanismos coercitivos. De este modo, Orwell no está aventurando un futuro terrible, sino describiendo un modus operandi propio de un enfrentamiento entre bloques. Orwell, en primer lugar y como objetivo inmediato, critica toda forma de totalitarismo, en particular el comunismo estalinista, pero ya ha ido un paso más allá de la denuncia efectuada en Rebelión en la granja. Su denuncia es mucho más radical. Nos advierte en contra de todos los mecanismos de manipulación de masas. Emplazando su distopía en una Gran Bretaña colonizada por los Estados Unidos da a entender que ninguna región del mundo escapa a la manipulación.
Este esquema resulta independiente de la forma de gobierno. En democracia o bajo una dictadura, el poder sólo busca perpetuarse, y la superestructura ideológica es la mejor aliada de los mecanismos coercitivos. De este modo, Orwell no está aventurando un futuro terrible, sino describiendo un modus operandi propio de un enfrentamiento entre bloques. Orwell, en primer lugar y como objetivo inmediato, critica toda forma de totalitarismo, en particular el comunismo estalinista, pero ya ha ido un paso más allá de la denuncia efectuada en Rebelión en la granja. Su denuncia es mucho más radical. Nos advierte en contra de todos los mecanismos de manipulación de masas. Emplazando su distopía en una Gran Bretaña colonizada por los Estados Unidos da a entender que ninguna región del mundo escapa a la manipulación.
Orwell, por tanto, retrata la situación del mundo en 1948, año en que comenzó a escribir la novela. De hecho, 1984 es el resultado de invertir las dos últimas cifras de aquel año. Esta situación persiste en la actualidad. La caída del bloque comunista soviético y el acercamiento de China a los postulados de la economía capitalista de mercado tal vez tracen un panorama geoestratégico distinto. El enemigo ha pasado a ser difuso, toda vez que el posible enfrentamiento entre mundo occidental y mundo árabe no parece ser tal (no olvidemos que los Estados Unidos y sus aliados cuentan con el apoyo de casi todos los gobiernos árabes y arrastran en su contra a casi toda la opinión pública de sus países). La amenaza ha pasado a ser genérica, la lucha contra el terrorismo o el «eje del mal», tan sólo existe una potencia que pueda ser considerada hegemónica. Este cuadro no tiene nada que ver con la situación descrita por Orwell. Sería muy fácil ceder a la tentación de considerar 1984 como una falsa profecía.
Y, sin embargo, las actitudes descritas por Orwell siguen ahí. No es necesario recurrir a la represión pura y dura para mantener cohesionada la sociedad. Una dictadura como las descritas por Orwell no es viable en una sociedad capitalista liberal. ¿Por qué? Pues porque existen mecanismos más sutiles para sojuzgar a la ciudadanía.
El control social ha mutado. Se puede incrementar el recorte de los derechos civiles sin que ello suponga un coste electoral para las fuerzas que lo ponen en marcha: al fin y al cabo, se realizan para garantizar la libertad de los ciudadanos frente a amenazas exteriores (la guerra contra el terrorismo internacional) o internas (la lucha contra el terrorismo local, la delincuencia y la inmigración ilegal). No es necesario recurrir a la dictadura y las torturas no dejan de ser incidentes aislados y relativamente justificados por la Constitución (sólo cuando se produce la supresión de libertades individuales del ciudadano, para los supuestos de estado de excepción y estado de sitio). Mediante los mecanismos democráticos y constitucionales, la ciudadanía cede parte de su soberanía al Estado, con la finalidad de proteger su integridad física.
El control social ha mutado. Se puede incrementar el recorte de los derechos civiles sin que ello suponga un coste electoral para las fuerzas que lo ponen en marcha: al fin y al cabo, se realizan para garantizar la libertad de los ciudadanos frente a amenazas exteriores (la guerra contra el terrorismo internacional) o internas (la lucha contra el terrorismo local, la delincuencia y la inmigración ilegal). No es necesario recurrir a la dictadura y las torturas no dejan de ser incidentes aislados y relativamente justificados por la Constitución (sólo cuando se produce la supresión de libertades individuales del ciudadano, para los supuestos de estado de excepción y estado de sitio). Mediante los mecanismos democráticos y constitucionales, la ciudadanía cede parte de su soberanía al Estado, con la finalidad de proteger su integridad física.
Es en este punto donde la terminología de Orwell ha arraigado en la opinión pública. 1984 no sólo describe una situación existente, sino que proporciona las herramientas para dar nombre a determinados comportamientos descritos. Cuando decimos "el Gran Hermano te vigila", evidentemente no nos referimos al dictador benevolente y temible de la novela de Orwell, sino a la maquinaria estatal aplicada al escrutinio sistemático de los comportamientos del individuo. El Gran Hermano no es un partido político o una persona, sino el Estado mismo. El Ministerio de Hacienda, que posee todos nuestros datos fiscales. El Ministerio del Interior, que posee todos nuestros historiales delictivos. El Ministerio de Sanidad, que posee todos nuestros historiales clínicos. La Agencia de Protección de Datos, que posee la llave para que empresas, bancos y compañías de seguros sepan quiénes somos, qué comemos, qué enfermedades padecemos, qué situación económica atravesamos... en resumen, la clave para conocernos mejor de lo que nosotros nos conocemos a nosotros mismos. Éste es el Gran Hermano real y actual, una maquinaria puesta a nuestro servicio y, por tanto, mucho más temible que el dictador de Orwell, puesto que existe y es inevitable.
No es el único punto de la realidad cotidiana en que el lenguaje orweliano se ha infiltrado en el habla coloquial. La manipulación informativa a veces hace aflorar las referencias a Orwell y su obra. Cuando el político de turno afirma como dogma de fe indiscutible una opinión que poco antes denigraba, la expresión doblepensar acude a nuestras mentes. Ya ha dejado de resultar extraño que expresiones que parecen salidas de 1984, tales como "la guerra es la paz", estén en boca de la clase dirigente y, peor aún, ya no nos extrañen. Ya están asumidas como parte indisoluble de su discurso político.
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